Su corazón palpita lento, más de lo que lo hace el mío. Tiritan esos ojos, los veo rotos, su líquido se acabó por esos fuertes lloros.
—¿Qué me dicen esos susurros? ¿Que pase de largo? ¿Que no me detenga por un ser que muere de agobio?— No puedo, simplemente no quiero.
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Yo también tiemblo al verte así, y no soporto ver cómo alguien más se rinde enfrente de mí. No sé si me aterra más saber que pronto esa chispa se extinguirá, sola y sin compañía, o si me aterra más el haberte podido salvar y no haberlo hecho.
—¿Cómo saber si tú harías lo mismo por mí? ¿Cómo saber si vale o no hacer lo que nadie haría por mí?— No se tratan de deudas, ¿o sí?
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El reloj de tu corazón está roto; tiene sentido, a alguien le entregaste su llave y dejaste que jugara hasta quebrar las manecillas, cortar la cadena, y tú simplemente te arrancaste la cuerda. Me conmueves; jamás creí que alguien todavía se dejase destrozar así, no después de los primeros daños.
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Dicen que el amor es la belleza del dolor, el compartir y sanar, el ofrecer y sacrificar. Jamás lo entendí hasta hoy, hasta ver cómo yaces aquí, con arena en los ojos, pues el oasis de tus lágrimas se secó. Dicen que el amor es solo ilusión, un conjunto de recuerdos que se desintegran con el tiempo, que perecen los sentimientos, que son simple placebo. Jamás entendí el amor, no entiendo porqué, aunque inicia con una pizca de altruismo, al tiempo te das cuenta de que el amor nos hace más egoístas. En realidad, solo son la otra cara de una misma moneda, y lo que hace que el amor viva es que sea consciente de cuando daña y es dañado, de cuando sana y es sanado.
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Si pudiera intercambiar mi reloj con el tuyo, lo haría sin dudar, pero incluso pudiendo hacerlo, veo que aún sonríes con pesar. —¿Qué no te arrepientes de haber sufrido?
No quisiera comprender tu alivio, pero lo hago; es solo mi compañía la que quieres, solo quieres que me quede. No quieres vivir más, solo quieres morir en paz, morir al lado de alguien que no te vaya a dañar.