En el silencio yermo de la noche,
donde las sombras danzan al compás,
se escucha el eco tenue, casi broche,
del sonido sutil de la soledad.
Es un murmullo leve, casi un roce,
que en el alma se posa sin pesar,
un susurro que al viento se despoce,
y en el vasto vacío va a flotar.
La soledad, que a veces nos abraza,
en su manto de quietud nos envuelve,
y en su canto, que el tiempo desenlaza,
una melodía serena se devela.
No es un grito, ni un llanto, ni un lamento,
es la paz que se anida en el momento,
es saber que en el todo y la nada,
resuena la vida, sutil, acallada.
Así, en cada nota que se expande,
en el sonido de la soledad grande,
hallamos la belleza del instante,
y el eco de nuestro ser, vibrante.