¿Qué más puedo ya pedirte?
¿Qué más puedes concederme
que no me hayas concedido
con tu vida, cruz y muerte?. . .
Si al venir a nuestro mundo
me enseñaste tu Palabra;
me nutriste con tu Cuerpo
y en la cima del Calvario
te adueñaste de mis faltas;
si me diste, tiernamente,
a quien más que a nadie amabas:
a María, tu dulce Madre,
que me auxilia y acompaña;
si, al estar resucitado,
de mi lado no te apartas,
y, al final, la eterna dicha
de tu Reino me deparas:
¿qué más puedo ya pedirte?. . .
A decir verdad . . . ¡ya nada!