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Alma y Soledad, Espíritu y Ausencia

La soledad representa al alma, tu alma. La ausencia representa al espíritu, lo que fue y jamás fue el alma de quien ya no está.

 

El alma nace y renace, hace y deshace; el espíritu es solo recuerdo, el recuerdo que todos tuvieron, el espíritu que se construye con sucesos, consecuencias y, claro, con recuerdos.

El alma cambia todo el tiempo, olvida pero siente, avanza y jamás retrocede; el alma solo existe en el presente, y a su vez jamás está presente. El espíritu jamás cambia, el pasado jamás lo hace, solo cambia cómo lo sientes, y sentir es propio del alma.

 

El espíritu nace y se hace, crece y se desvanece; el alma solo siente, es impulso y es inconsciente. El alma se adapta, se frustra y es rebelde, pero el espíritu es terco, se estanca y solo en pensamientos revive.

Dicen que al nacer eres más alma que espíritu, que al crecer el espíritu también crece, que al morir... es cuando el alma y el espíritu se separan, después de que se hayan o no arrepentido, de haber o no vivido.

 

El alma necesita aceptar la soledad en la que nace; el espíritu necesita aceptar el recuerdo que una y otra vez se deshace.

Si el alma no abraza su soledad, jamás le podrá enseñar al espíritu a soltar. Si un espíritu crece aterrado de la soledad, por siempre sufrirá, sea en los recuerdos de alguien más, o después de la muerte, cuando ya ni el alma que le acompañó esté más. La ausencia duele cuando a la soledad le temes, y el alma, por naturaleza, desea la compañía que al renacer pierde.

 

Dentro del limbo se escuchan los ecos de la ausencia y la soledad, sollozos, cantos y suaves susurros repitiendo lo que necesitas escuchar, pero cuando se llevan mal, el canto y los susurros no te dejan pensar, repitiendo lo que quieres y no escuchar, repitiendo hasta el cansancio, negando y reprochando, discutiendo sin ayudarte a encontrar paz.