La brisa acaricia su cabello dorado,
mientras su risa deja el horizonte encantado.
Ella, la luz que ilumina cada instante,
en su sonrisa se aprecia un divino diamante.
Su mirada, dos luceros en el cielo,
es como el mar, brilla con el brío del deseo.
En cada suspiro una esencia que embriaga,
como la flor más bella que en la mañana divaga.
En el rincón de un alma dulce y callada,
nace el amor como una flor encantada.
Susurra al viento un secreto anhelado,
y en cada latido su fuego es avivado.
Así, entre la brisa y el aroma a sal,
vive cada momento con elocuencia total.
En su corazón, la alegría desmedida despliega,
libre como el viento que el otoño a veces entrega.
Su piel es como el terciopelo, suave y delicada,
la caricia perfecta, la brisa más anhelada.
En su abrazo el mundo se vuelve más bello,
es impredecible, temperamental, es todo un sueño.
Es como un río que fluye, pero fluye con fuego,
que invita a vivir y a sumergirse en su juego.
¿Será la brisa, su cabello dorado o el aroma a sal?
Tal vez será su risa, o todo junto su encanto sin igual.