Alberto Escobar

¿Eres árbol?

 

Sin árbol
no hay violín.

—Carlos Edmundo de Ory 
(Humanismo del árbol).

 

 

Si un árbol es árbol
se precia de su preciado
nombre, se ofrece orgulloso
a airear el aire, a dar vida
a la vida que persiste, O2
a lo que va careciendo de él,
algún aroma que se transmina
desde alguna flor, desde otro
árbol cuyas flores florecen
apenas el invierno se despide. 
Si un árbol es árbol
no protesta, sino que acepta
el destino que el hombre, vil
a veces, generoso otras,
le prepara desde semilla a leña, 
y el hombre —no la mujer, que es
sagrada—, ignorante de su capacidad
infinita de daño, cuando lo hiere
con un punzón innecesario, la savia
que extrae para provecho propio,
la manzana que se le cae, la madera
que nutre el fuego de cada día, todo,
todo, lo ofrece sin rechistar, sin una mala
palabra, sin alejarse de él, sin darle la espalda,
sin reprocharle las innumerables incisiones
que le practica en su tronco para extraerle
la sangre, el único alimento con el que cuenta
para verter al aire el oxígeno que respiramos. 
Si un árbol es árbol, y quiere preciarse 
ante sus congéneres de su nombre, presumir
ante sus vecinos de su condición profunda
de ser vivo, debe ofrecerse verde, brillante,
porque el verde, y si brillante mejor, conecta
a su creador y matador al tiempo, el hombre,
no la mujer, con la Naturaleza que olvidó
en el inicio de los tiempos pero que se muestra
irrenunciable, edificadora, equilibrante cuando
el mundo que le contiene se desequilibra,
se enloquece, se desrefugia cuando el refugio,
el escape, se presenta como el único madero
al que agarrarse y salvarse del naufragio. 
Soy árbol, me siento árbol, y mis hojas
mi entusiasmo, mi verdad, mi oxígeno. 
¿Eres tú árbol también, o todavía no?