Tempano aprendí a leer
con aquel anciano de hirsuta barba
y bajo paternal liturgia
memoricé, versículo a versículo,
los postulados del sagrado libro
y el evangelio que al alma salva.
Rendido a los pies de las letras,
opioides aglomerados, en danza hipnótica,
que asomadas a páginas blancas,
líneas y columnas entre corondeles,
fascinan la mente adicta y sedienta
con la lectura que encanta.
Los libros a mi rincón arriban,
en tumultos desordenados
a ninguno la lectura niego;
aquellos que como aves han pasado
y a los que vuelvo una y otra vez
a releer fascinado.
Es el vicio divino o el placer
en que las palabras me envuelven,
y en alas de la imaginación
viajo a paisajes de anhelos,
tendido en el sillón
con un libro entre los dedos.
24-04-2024
Ede@vateignoto