Alexandra Quintanilla

DON OTO

 

Quizá esta no es la historia particular de un individuo común que se sienta a la orilla de una cafetería burguesa a cualquier hora del día a analizar lo que es la vida en sí. 
Lo que es el hacer y lo que sus acciones requieren, tan similares como el no hacer...
El verbo materializarse.

Quiza esta es una historia común compuesta por muchas historias que pasan desapercibidas a lo largo de la vida. 
Gentes particulares que no viven situaciones comunes.
Algunas que otras a la intemperie de lo que requiera, pide y exige el día a día. 
Algunas situaciones tal vez hasta inhumanas. 

Observar como un individuo se arrastra sobre sus propias y derivadas desviaciones y desvaríos por causas que solo él sabe.
Incógnitas del mundo.

Esta no es la historia de un hombre que se sienta a analizar la vida.
Porque las historias de la gente que aquí se cuenta, no tienen el tiempo de sentarse a pensar que es la vida. 
Porque la está viviendo tan apresuradamente o tan vacía, que cuando se van no tienen el tiempo de decir adiós, a veces, no tienen ni a quien.
Es entonces cuando comprendo que el tiempo solo se hace lento en la noche sin Morfeo adormeciéndome los bordes del encéfalo. Es entonces cuando escribo para recordar lo que ya fue vivido.
Netamente soy un ser acumulando recuerdos para entretener al insomnio.
Pero estas líneas no le pertenecen a mi crónico problema si no a cambio a aquel desconocido señor que antes veía tan seguido y derrepente, ya no.

Estas historias caben en la cotidianidad de la ignorancia o en las circunstancias que someten a los personajes al vacío de lo que la vida les da y ellos reciben, es lo que les toca. 
Y cada quien hace con ello lo que mejor le parece.
Pero esta gente, ¿qué puede hacer ante la nada y el absurdo?
Porque al final de cuentas es lo que es sistema, la crianza, las vivencias y las decisiones someten a aquel individuo cualquiera.
Que muere y nadie se da cuenta.

Entonces, en dónde esta ese hombre burgués del que relata Hesse, 
aquel que no para de pensar en las circunstancias y en la elección de tener dos personalidades para cuando la ocasión o la psicosis así lo amerite. 
Aquel lobo que se deshila al derroche de los placeres y al placer del silencio de sus propios significados de pensamientos perpetuos.
Aquí, en América Latina, solo hay de aquellos perros hombres que se pierden en cantinas baratas y se quedan varados en las aceras de la nada mientras al amanecer el sol les da los buenos días y la gente pasa encima de ellos como si fuesen objetos que estorban el paso peatonal tan exigente y diminuto.

Quisiera desglosarme con la historia de este señor que una vez fue uno, me expreso de tal forma, ya que ahora, probablemente solo sea polvo que el viento lleva y vuelve.
Quisiera tener más que decir sobre una historia en sí y concreta de su persona, pero a cambio solo tengo un millardo de cuestiones y respuestas vagas y banales.
Siempre me resulto intrigante, siempre me cuestiono tanto su presencia en el paso de mi tiempo y en el choque de nuestro topes casuales, cada que yo salía y por casualidad lo observaba.
—¿Quién es ese señor que deambula?— Me preguntaba inconscientemente cada que pasaba yo corriendo por la calzada Álvaro Arzú y el parque central como a eso de las seis. 
No sé quién que me lea se ha hallado sentado en alguna ocasión en esas fechas de finales de diciembre acá en Coatepeque, pero déjenme contarles que hace el sol un show despampanante y las palomas comienzan a acostarse en el cableado que rodea el parque y sus calles alrededor; mientras los pájaros terminan su día cantándole sus bellas gratificaciones a su buen Dios en el tronco de los árboles. 

Pues bien, cuando el señor no estaba, yo notaba todo aquello y, era y sigue siendo algo hermoso. 
Pero cuando él estaba deambulando, bien fuese en cualquier calle o explícitamente en el parque, todo eso pasaba desapercibido.
¿Por qué?
¿Por qué un don nadie suele acrecentar más duda ante las cuestiones filosóficas de la vida que un don burgués con un vocabulario y un conocimiento bárbaro?
No lo sé y es probable que no luche por querer entenderlo.
Una a veces se hace cuestiones ajenas que, no tendría una a Dios que preguntarle, pero son casi las cuatro de la mañana y el sueño no habita en mi templo. 
Entonces me acuerdo de aquellos enigmas de los cuales no tendría una que entrometerse porque simplemente no le competen.
No es la vida ni la problemática que a una le ha tocado vivir y, sin embargo, tan sujeta a esa problemática puedo estar en cualquier momento.
Porque en un abrir y cerrar de ojos una va perdiendo juventud, belleza e intelecto y, si bien, en caso se tuviese belleza, que en mi opinión es algo tan complejo. 
La estética es por demás un arte que luce bien, pero solo por un momento y, tocar ese son en este soneto, no, no es el ritmo de este momento.
Porque aquí estamos hablando de un señor que ya no poseía ninguna de esas cualidades.
El mundo se hacía olvidado completamente de él. 
El mundo se lo estaba devorado y lo estaba dejado con hambre, espiritual, mental y socialmente era un fraude.

Ahí es donde yo entro en las cuestiones que no me competen. 
¿Dios lo tenía también dormido en el rincón de sus recuerdos? 
Porque si para las aves del parque su buen dios les daba hasta para agradecer en canto,
el dios de aquel señor tal vez era un dios adormecido.

Pero eso una no lo sabe, sino que solo lo supone y, entre la ignorancia y el poco pensar y la somnolencia, una pueda que se equivoque.

 Pero lo cierto es que si Dios es justo, las variaciones y desviaciones de aquel hombre tuvieran que haber sido extremistas, ya que a plena vista se podía observar que ese pobre ser, ni tenía hijos, ni tenía patria y no tenía pan, y por ende, si poseía hambre, sed y frío. 

Lo vi muchas veces, en los veranos renacientes y, en los inviernos despiadados. 
Y de la misma forma lo veía desinteresado en que fecha, estación o año estábamos.
¿Tantas eran las preocupaciones propias que su entorno había perdido todo tipo de importancia?
¿Cuánto había perdido antes de no tener nada?
Creo que por mucho tiempo me entrometí demasiado en lo que los pensamientos de ese señor pudiesen pasar por su mente.
Ahí es donde me surge otra cuestión que no es de mi incumbencia.
¿Son las mismas preocupaciones que atacan a los humanos que a la del Padre Astral?

¿Lo notaba su dios y mi dios igual que yo?

Las complejas y enigmáticas que pueden las cosas ser.
Lo socialmente más bajo para la vida humana resaltaba más que cualquier mujer de alta estirpe en un centro comercial.
¿Quién era aquel señor viejo, sucio y completamente barbado?
Lo que más me parecía curioso de el era que era un mendigo que pese al hambre no aceptaba panes.
¡Un mendigo digno!
Y es que hasta el político va y se sienta a comer a la mesa del que le da el voto y él le da un mordisco de plaza. 
Ese es otro son que no se vendría bien en este soneto.
Solo sé que gracias a aquel hombre sé lo que es diferenciar entre un mendigo digno y un mendigo hambreado con corbata.

Supe con el tiempo que su nombre era Oto, Don Oto.
Ignoro si se escribía realmente así e ignoro también cuantos años tenía. 
Si dijera una cifra sería quizá un insulto a la memoria de lo que ahora es viento, porque las penas y la escasez y la nada, sobre todo, hacen que sé acrescente el tiempo en el cuerpo humano.
Y las cifras son una cuestión que no me gusta inmiscuir en mi arte.
Los definires son tan vacíos y complejos que no merecen mayor redacción si no es que sea un dato periodístico y no anecdótico.

Don Oto, tan olvidado por los otros.
Lo que yo no logro concretar es que posibilidades tiene un hombre que se sucumbe en su propia miseria...
En el caso de él 
¿Por alguna demencia?, o ¿Por alguna tristeza infinitamente irreparable? 
Su filosofía, su razón y su psique quizá la habría dejado en la esquina de la punta de un cuarto de luna que el tiempo fue haciendo que en facetas se revolviera con la luna llena.
Y eso se perdió
Y el mundo, que es tan despiadado. 
¿Para qué le puede ser útil un hombre sin techo, lecho, razón y fuerza?

Don Oto.
Supe que murió en el hospital nacional del pueblo, fue atropellado.
Pero me pregunto si antes de morir, su alma ya había muerto antes que su cuerpo.
Porque muchas veces eso sucede.
Solo es un cuerpo que sigue trabajando,
pero la mente se va como ave buscando tierra firme sin haberla encontrado.
Se adormecen las alas.

Su fallecimiento apareció en la nota roja del diario local que por una mala memoria mía no recuerdo la fecha exacta para documentar, pero solo sé que existió y que alguien que no se sabe, lo mando a descansar con su dios en la plenitud de lo eterno y lo no corpóreo.
No fue un acto heroico, pero al menos se sabe que ya no pasa hambre, frío ni soledades petrificantes. 

Desde que lo vi, lo vi perdido y, aún no entiendo mi fijeza por la gente que a veces no posee enfoque.
Quizá porque yo de igual forma busco una ruta.

Creo que aunque no aparenten, tienen más vida que contar que cualquier burgués emancipado en intelecto.
En ocasiones no hay que pensar tanto para saber, solo vivir para entender.

—Borrador✍🏽
Coatepeque, Quetzaltenango.