Morir pronto quisiera.
Menos dolor la muerte
que este morir mil veces
de hora en hora.
Dolor infinito el de mi corazón
cuando razono que la que tanto amo
amor no siente.
Para qué ya la vida.
—Miquel Ángelo Bunaroti, soneto.
Me desdeñas.
Tendido en la hamaca pienso
torpemente, y veo que no,
que mi inmenso amor no llega
a tocarte, que no te prende,
que es una mariposa
que te llega sin tomarla en cuenta,
que Cupido, todo anhelo, hielo
en calentar se empeña y no derrite.
Me descentras para un nada ausente,
como si la corriente que me arrastra
fuera remanso en tu piel, y quieta
muriera al llegar a tu orilla tras un penoso
naufragio.
Me desvelo por las noches y te sueño,
me desvivo sin que mis cuentas rindan
algo de beneficio que llevarme a la boca,
y no sirve cual si agua escasa a un incendio
y tú, al otro lado de los hechos, tiemblas
por otro, seguramente, y desvías
el cauce de mi lava hacia una inopia
como si vilano al viento fuese,
y pienso que para qué tanto amor
en desperdicio si no inicio con esto
el incendio de tu carne, y mi deseo agua
de borrajas frente al dique pétreo
de tu indiferencia, y tu comquista
cara me resulta, tu estudiada ignorancia
me quema una entraña ya arañada
en mil lides, tu asedio para qué, mis hombres,
cansados, abandonan la lucha por falta
de munición y yesca, y la dinamita amarilla
de sus balas mojadas se baña en un desdén
insano, y mejor la muerte que este suplicio
vano, que este ensayo rayano a un precipicio,
círculo cuadrado que en un prinicipio
creí virtuoso y que con el paso del tiempo
se vuelve infierno, tortura y tormento, vicioso
como heroína —el ansia de no tenerte.