Cada día que pasa eres más bendita,
pasiflora que me envuelves
en tu manto de amor
en la cañada del alma,
donde cantan los ruiseñores
a mi amada.
Esa amada que siempre siembra
mi dicha con agua bendita
que surge de su interior
como si fuese viento fresco de levante.
Eres flor de mis días,
dicha de mis penas,
consuelo de mi alegría,
vagas por los arenales de la vida
construyendo casas de mirto.
En el bosque de mi corazón
que parece un surtidor de agua
que riega tus pozos, los alimenta,
como los acuíferos subterráneos
alimentan a los pantanos.
Eres una acacia
en un monte perdida,
yo te busco corazón de nieve,
aire que hincha mis pulmones,
Te busco y te encuentro hablando con la mañana,
qué esplendor despliegas, qué hermosura la tuya,
amarillenta como si fueses una asiática,
bella como las plumas del guacamayo.
Bendita seas en esta jungla de pasión,
amada mía, envuélveme con tu capa de cariño,
acaríciame con el viento
que viene allende del océano, fresco,
con ganas de tenerte, de abrazarte de oler tu cuerpo
y enamorarse de ti,
como se enamoran los adolescentes
con amores que matan, intensos,
como el sol del mediodía
en mi tierra, Andalucía.
Eres mi amada
estás quieta en mi cama,
me relames el alma,
me tienes embaucado, con tu mirada tímida,
ardiente, los labios húmedos te delatan,
me quieres todo,
como la gaviota a su presa.
Penetrar en tu mar, en tu garganta,
darte besos de fresa
que te adormezca con sutileza.
Quiéreme clavel mío,
átame a tu cuerpo,
que no quiero separarme
de ti ni un momento.