Hoy se me arrima la nostalgia
de aquel indeleble verano
que nos dio a paladear la dicha
de comernos los tibios nardos
Desnudos entrabamos llenos
a buscar la rama del cuerpo.
Yo por la savia de su boca,
ella por la hombría del cedro
Fueron festines que guardamos
en un páramo desgajado,
dos tiernas sombras agarradas
del mismo, caudaloso, orgasmo
mis aventureras caricias
me entregaron su geografía,
desde sus menudas colinas
hasta sus tremolas bahías
Fueron cálidas madrugadas
las que siempre sorprendieron
nuestros delirantes momentos
de aquel indeleble febrero
Hoy solo retengo dos cosas,
el recuerdo de sus cabellos
desparramados por mi pecho
y la seca rama del cedro.