Bordando silencios
Mis manos de buen sastre con brillo de panida
sostienen dulcemente los hilos de algodón.
Así, me paso el tiempo, batallo por la vida,
tejiendo como experto la paz del corazón.
La máquina sonríe, de pronto, atormentada
con ojos dolorosos, cansados del vaivén:
y pienso en ese instante que puede estar cansada
y paro a preguntarle ¿te duele a ti la sien?
Las horas van pasando, no tengo más consuelo
que ver al viejo techo, mohoso, sin confín…
medito y me doy cuenta ¡qué lindo que es el cielo,
en eso que se acerca la voz de un paladín!
Detengo aquel bordado, que apenas huele a viento
para escuchar el eco del reino celestial…
un pájaro gorjea, me dice estoy contento,
y entiendo que el silencio no tiene otra señal.
Con llantos en los ojos le grito ¿tienes nombre
con el que darte pueda los hilos del dolor?
Me dijo con dulzura, no puedo ser un hombre,
yo soy la luz del viento, del ancho pundonor.
Me sorprendió el mensaje y entoné, de repente
¿por qué vienes con lanza y acechas al senil?
Te ruego, ¡oh, gran amigo, que grabes en mi mente
el rostro del silencio con lienzos de marfil!
El día se despide, la noche me consuela
y sigo interrogando, sin entender por qué…
aunque mi cuerpo duerme, mi alma sigue en vela,
bordando mil silencios, hilando por la fe.
Vorágine es mi lucha, por ende, bordo al miedo
y logro completarle la insignia de crisol;
al hecho doy palabras sin magia y con denuedo,
pues sé que, en mi trabajo, Jesús toma el control.
Bordando voy silencios, el cielo me ilumina:
es claro que hasta el tiempo pondera la ocasión…
la máquina conservo, se llama luz divina
y todo lo que digo lo guarda el corazón.
Simbólico es el arte, te digo a ti ¡oh, gran sastre,
entrega con el alma la antorcha del sentir…
al quid la buena vibra, con esto no hay desastre,
al numen la batalla del nuevo porvenir!
¡Vuelve, vuelve oh, pájaro, ya tengo más encaje,
al limbo he consumido, bogando en alta mar!
No tardes mensajero, la vida es un paisaje,
a ti la voz del cielo, la vid de mi cantar.
Samuel Dixon