Jeronimo Quijano

El dolor

 

El dolor, cansado de no ser escuchado, de no ser sentido, tomado en serio, entre susurros inentendibles ensordecedores, se fue corriendo.

 Corrió hasta que sus piernas sangraron, hasta que su garganta se secó, hasta que sus ojos hubieran derramado la última lágrima, hasta que muriera enfrentado con la verdad de ser ignorado, de no ser sentido. 

Su esperanza era esa.

 ¿El problema? 

Él no tenía piernas para correr, ni garganta para gritar, ni ojos para llorar. 

Es el sufrimiento que, al verse encarcelado, busca la manera de salir, de escapar de la gran caja de juguetes y sueños, para drenarse y ocupar otro lugar.

 A veces, el dolor se cansa también de estar estancado, de no ser elegido, y llorando escapa, mojando la mente, inundándola de amargura y sufrimiento. 

Pero... de alguna manera murió... cumplió su deseo, 

ya no importaba cuál, murió. Tal vez pudo correr, tal vez pudo gritar, tal vez pudo llorar,

o como en mi caso, murió estampado contra el lugar donde lees este poema, el cual escribe y recita esta su historia.