Despierto en el bosque, estremecida
por brisas del Océano.
Sobrevuelo dentro
de la escafandra
que robé a un cosmonauta
entretenido con pociones
de atardecer.
En realidad, trampa,
su peso me precipitó
bajo un árbol defenestrado
por relámpagos.
Deambulan espíritus,
entretejen hilos que corté
sin mirar atrás.
Desaparecen hojas,
el aguacero dibuja
un cuerpo en agónico aleteo,
en el suelo
junto a cagadas de ciervo,
ramas donde fui nombrada,
en la corteza surcos,
grabados por azar
de la tormenta
en la raíz mi casucha
donde escribo:
este arbusto
no es seguro para nadie.
Del poemario Dulce Apocalipsis