-orfeo

Carta de un cordero para el lobo

Me mirabas, los ojos oscurecidos me veían el alma mientras tus manos se perdían en mí. Eras la cazadora, yo la presa.

Tocaste mis piernas, mis lunares, los lugares cercanos a mi ombligo. Lo hacías siempre, no era nuevo que olvidarás acercarte a mi rostro, preocupado, ni a mis labios, abandonados una vez te complacías. Eso fui, tu forma de obtener deleite. El pasto del cordero, el cordero del lobo.

Desee, más de una vez, que lo supieras. Lo formulaban mis labios se sellaban con cada beso, convencida de que eras el amor. Mi corazón latía contento cuando escribías a fuego en él tus versos, poemas y manuscritos, prometiendo ser mi Orfeo, mi Ulises, mi Dante, jurando que atravesarías el infierno para salvarme. ¿Quién si no lo haría?

Nada de lo que conocí antes de ti era verdad; dudé de mi intelecto, mi memoria y mis virtudes, entrando en el laberinto en forma de corazón donde me obligaste a perderme. No hubo hilos atados a la puerta, tampoco mapas o brújulas, solo me vi a mí misma corriendo entre ramas rojas, buscandote, yendo tras tu estela como Dorothy siguiendo las baldosas doradas.

No encontré al mago de Oz, sin embargo vi el infierno cerrarse, asegurando no haber sitio para mí. Dejé de sentir tus manos, volví a verme, salí del laberinto. El campo verde, perfecto para que los corderos pasten, se convirtió en llamas naranjas, quemando el laberinto, quemando a los lobos.