La cicatriz del hombre percudido,
como si de Estocolmo se tratara,
es el orgullo de lo que ha sufrido
y el recelo que aquello le pasara.
Desfasado en un mundo enceguecido
como si ese pesar lo liberara,
deambula cual un ente incomprendido
como si la demencia lo abrazara.
Desea al ignorante su experiencia,
procura al egoísta sus valores,
le ordena al arcoiris los colores
pues no sabe de límite su ciencia
para el aprendizaje -con frecuencia-
receta al inocente sus dolores.