7 de mayo de 2024
En el parabús de la calle de Tala, con todo el arte ortodoxo donde vendían los jugos y esos viejos libros te veía, no como una obsesión de estar ahí, más bien por culpa de la coincidencia, mi automóvil y la hora. El clima cambiaba constantemente; por la mañana llovía, arreciaba el ardoroso bochorno en la tarde; por la noche, el frío imprescindible recorriendo la espalda. El tiempo pasa lentamente mientras el bus llegaba, la gente va y viene tomando otra ruta, pero tú desde otra perspectiva ibas a lugares distintos a los demás; no solamente tu destino fraguado radicaba en constantes luchas de querer o no hacerlo. El esfuerzo de esperar sin ver el tiempo en tu muñeca hacía desaparecer el tiempo, lo subjetivo y rufián que es la prisa, la primicia del error. Bien, forjé mi seguridad en fervientes pensamientos y posibles realidades. Apreté mis puños como un niño listo para pelear; miré a los lados de la calle y aunque no viniese ningún automóvil, motocicleta o bicicleta, sentía que algo podría arrollar la seguridad que tanto trabajé en mí mismo, a pesar de ello, dibujé una sonrisa acompañada de honestidad y viejos prejuicios lucharon entre sí en mi memoria. Aproveché el vacío cósmico y fantástico de la calle; no dejaba de mirarte, no quise perderte de vista, temía hacerlo si miraba de reojo en dirección opuesta. Te vi cruzando tus piernas en ese short color café, ajustado a tu piel, definiendo el paso de tus dedos sobre ellas como huellas de néctar de gerbera. Esa mezcla Homogénea del tacto y caricias entrelazan con tus labios una pequeña minucia de desespero. El camión aún no llega y mis pasos se hacen más fuertes y fragorosos; los escuchaste y volteaste; me viste lentamente, el tiempo ha desaparecido de nuestras vidas y nada más existe. Al mirarme resucité las novelas y poemas que claudicaron moribundas en nuestros pies. Sonreíste y peinaste tu cabello como un gesto de seguridad y belleza; yo también lo hice, me sentí seguro después de observarte detenidamente. Había olvidado como un tonto (no entiendo el porqué lo hice) las comisuras de tus labios al reír, esos surcos infinitos que guardaron mis caricias y que nadie ha podido encontrar. Lentamente me acercaba a ti, de repente levantaste tu mano para saludarme, sonreíste más y yo apresuré el paso como si un abismo tras de mí presionara con sus fauces y mordiera poco a poco mis pies. Ella solo estaba sentada, inverosímil por el destino; yo por el contrario, bendije el momento de volver a encontrarte. Finalmente estabas ahí, inmóvil fijando tu mirada en mí y yo en ti; frente a frente el frío se apagó; la gente que caminaba a nuestro lado perpetuaron, como secreto ambulante por el cual, nosotros dos estábamos destinados a vivir de nuevo; renacer de las cenizas del fuego, no del fénix, sino de nosotros mismos; conjugarse en la vida y de la verdad filosófica, ser en sí mismos uno solo con la mente. El amor no es carne, suele ser olvido que provoca en los instintos sed de buscarte, reconocerte no en tu presente, ni en la mirada húmeda de puentes congelados en diciembre; buscar tu pasado, las guerras que vencimos y otras que nos obligaron a rendirnos por culpa de la pasión y otras locuras de nuestros cuerpos.