jvnavarro

UNA TARDE LIGERA

Las entrañas de esta tarde ligera
parecen que están hechas
con margarina de tres sabores
con sus respectivos colores
en un mismo envase,
a saber cuál de ellos
más excitante.
 
A mí me tentaba mucho
el olor a vainilla,
creo que es de ellos culpable
aquella chica
que de joven me gustaba tanto
y es que tenía
unos labios muy dulces,
tal caramelo y vainilla
con su puntito de chocolate.
 
Me he colado
por una hora perdida
de esta tarde.
Soñaba la hora
a ser libre
fuera de la esfera
que la mata cada día
con una vileza sorprendente,
pues se olvida el reloj de ella
y deja que el tiempo la desgaste.
 
Y estaba yo
a mi manera,
en una terraza de un bar
que da a una plaza,
más que elegante,
con su verbena al fondo
y cerca un estanque
con patos y truchas
y a su alrededor niños corriendo
a ninguna parte.
 
Se veían entre especies
de luces de flash
de máquinas de fotografiar
muy recurrentes,
de aquellas de retratistas
que sacan en Hollywood
fotografías a los actores,
pasar volando muchas palomas
de diferentes colores.
 
Llegaban ellas
para no quedarse.
 
Anunciaban con su porte,
a quienes de esto
nada saben,
que a ellas les pertenece
lo que se ve con la vista
de quienes por allí aparecen
a escribir poemas
que luego no se leen.
 
Y es que,
vaya memoria la mía,
ahora me viene,
que me estaba bebiendo,
entre gestos de placer
con gran deleite,
una copa de vino
y los taninos
ya eran ese punto salvaje,
de quienes viajamos por caminos,
que sin ser intransitables
sirven para poder decir,
a quienes observan estos paisajes,
que somos ya
para cuando la vainilla
en mis labios se derrite,
una especie de supervivientes,
pendientes
de que esa hora
caída de un reloj,
no se pare,
y con ello nos alcance y mate.
 
Y así
y de esta manera,
entre sacudidas del alma
me queda
cerrar este poema
digo yo, antes,
de que una paloma traviesa
con la tripa muerta de hambre
encima de mi se cague,
y eso y todo que se dice,
que tal lance 
trae muy buena suerte.
 
Miro las palomas,
ahora parece
que entran en combate,
las migajas de pan
son la excusa aparente
para que las más fuertes
se conviertan en halcones.
 
Hete aquí
mundo cruel
que ante mi
se descubre esa imagen,
de la vida real
con sus guerras y avatares,
que en mi alma
llena de pena arde.
 
Y en el parque yo
y los taninos
y una copa
y entre nostalgias que no duelen,
un violinista que toca
Concierto para violín 
en Re Mayor Op. 35, 1º movimiento,
 de Tchaikovsky.