Viviendo en el Polo
no necesitamos
soldados de fortuna,
pero mantenemos la crueldad
con la cabeza fría
sin doblar la rodilla
para simular indiferencia,
y sudando el dolor
guardamos las formas
con elegancia
para quitarnos el sombrero.
Despoblados por convicción,
somos pocos
para llenar los huecos
de tantos que se fueron,
aunque sentimos su huella,
el calor de sus manos
y el roce de sus labios.
Borrando estigmas
en mitad de la incertidumbre,
recordamos desde la atalaya
una historia épica
donde los nuestros
fueron los héroes.
La misma vida
guarda viejas recetas
para protegernos
de los rayos, del granizo,
de la ironía de lo conocido
y de lo desconocido.
Todos los años
encendemos hogueras,
y con el fuego que hipnotiza
espantamos al invierno.
Aunque nada nos coge de nuevo,
acostumbrados al fuego cruzado
tragamos los nudos
que bajan por la garganta,
que seguir aquí
no es cuestión de suerte
sino de empeño.