Hola amor mío, te escribo esta carta,
quisiera contarte en ella de mi día,
desde que despierto hasta que me duermo,
en este papel que sostienes van más que solo palabras,
también va entre líneas un fragmento de mi alma.
Mi pluma está lista, se apresta a la tarea,
va traduciendo en un murmullo tu recuerdo.
Ella derrama palabras destiladas,
en ellas danza, va con ritmo dibujando las letras.
Suspiro, estoy contento.
Van mis latidos acomodándose en mi pecho,
para salir volando en mis suspiros,
quizás hoy eso es todo lo que tengo que contarte:
que estoy suspirando de contento.
Pero sigue leyendo, por favor, sigue leyendo.
Se termina el descanso, abro mis ojos,
un zumbido eléctrico en mi mente se va apagando.
Vienes a mi mente, debes estar dormida, es temprano.
Me levanto, me preparo, me visto,
salgo por la puerta... suspiro, hace frío.
Van quedando sordos mis pasos, me llevan por caminos desiertos.
Me recreo en la luz que asoma, y en las sombras que van retrocediendo.
Por fin amanece y las nubes se sonríen y sonrojan,
miro ese manto de colores y me dedico a capturarlos un momento,
para embotellar la hermosura breve del amanecer en un recuerdo.
Van pasando los horizontes por una ventana
como las páginas de un libro aburrido que he leído mil veces,
Tanta gente, tanta gente... Pero no veo en sus rostros a quien anhelo,
nadie, son solo figuras que se pierden,
van pasando los horizontes, y suspiro nuevamente.
Encuentro mi lugar donde lustro palabras sin sentido, palabras frías, sin emociones,
ellas no me sirven, pero me son útiles, me dan de comer y de vestir.
Y en un momento por el rabillo de mi concentración se escabulle tu recuerdo,
te veo, te veo en mi mente. Hago una pausa, miro la hora,
son las 12, y suspiro nuevamente.
De a poco el cielo se llena de color y va encontrando el sol al horizonte,
me pongo nuevamente en marcha, y mientras el sol va cayendo doy las gracias:
voy agradecido de las nubes, del tenue calor, de las figuras que se dibujan,
porque en todo te encuentro, en todo te veo, estás en mi alma,
y con una sonrisa en mi rostro suspiro alegremente.
Voy caminando, si, pero eso no es lo que hago,
Voy guardando en mi pecho aquello que es tuyo
Lo guardo donde solo tú puedas hallarlo
porque es solo tuyo, tuyo y mío, mío...
Lo voy guardando y no puedo evitarlo, suspiro.
Son tuyos mis besos, mis abrazos,
mi mirada, mis manos en tus manos,
mis labios en tu cuello,
mis ansias de hundirme en tu cabello.
Soy tuyo, es cierto, también es tuyo este suspiro.
Al fin, me voy quedando quieto, estoy solo.
Aquieto mi cuerpo que intenta descansar,
cierro mis ojos y te veo, feliz y bella, tu sonrisa te ilumina,
tus ojos brillan, me ves, me miras, me dices buenas noches,
y antes de dormirme al fin, acompañado de ti, nuevamente suspiro.
Un suspiro me despierta de pronto, una espera.
Miro al cielo como queriendo alcanzarte,
y dejo que la luz de las estrellas titilantes encuentren mi mirada,
para que lleven en su brillo una caricia mía hasta tu alma,
y suspiro por ti, como aire que me falta.
No te tengo a mi lado, pero te tengo.
Te tengo como muchas veces te he tenido, en mi pecho.
Te siento, te anhelo, te espero, te amo.
Te tengo y no te tengo, no puedo tenerte y puedo,
me confunde tanto este sentimiento...
Me desborda y me contiene,
me da fuerzas y me las quita.
Que más da, amada mía, yo te amo y no te amo,
Pero te amo más que a mi vida,
Y en este sentimiento me entrego nuevamente al sueño.
Estoy esperando una noticia tuya:
una mirada, una sonrisa, un dolor, un adiós.
No sé lo que será, o siquiera si lo harás.
Mientras tanto te busco en los poemas, te escribo cartas,
te encuentro en las canciones, y en los suspiros de mi alma.
Mi pluma se ha detenido, ha terminado su labor.
Es lindo escribirte, me hace bien,
me gustan mis palabras, mis palabras tuyas.
Te envío esta carta, amada mía, espero la recibas.
Termino de escribir, sí, pero no de suspirar por ti.
Con amor,
Sebastián.