Narciso se envuelve en las aguas lentas de la muerte porque su rostro conoció, resurge del charco ensangrentado cual espejo, se pone en frente, mira hacia dentro, y su vida de excesos exige una cruel replicación.
He temido mirar directamente al espejo, las cuencas vacías deseosas de llanto esperan la húmeda dilatación de las pupilas opacas, con abismos aquebrantados, y profundidades profanas. Y no lo permito, por lo ya permitido. He tenido miedo de caer en el sin fin eléctrico de oscuros pensamientos.
No he podido mirarme al espejo. ¿Con qué cara mirar al contenedor triste por el vacío que guarda?, si el contenedor es compartido, y el vacío un ajeno mío. ¿Con qué cara mirar al contenedor triste por el vacío que dejaron? Si la ausencia es carga grande, y los sentimientos, humo de degradación. ¿Cómo mirar lo que dejé que aquí dejaran?, y no sentirlo impuro, y mío... Hay una voz que dice que nadie me hace nada, que solo hay seres que hacen cosas, mientras lucho como fiera, por aquella oscuridad que no quiero sentir propia. Y cómo hacerlo?, al primer intento, me opaca el sentimiento, y me siento atrapada, en el reflejo de quien me ve.
No me quiero ver, y sin ver, ya demasiado siento.
Corazón desolado, que no se esfuerza por hacerse entender, porque no quiere ser entendido, cree que primero ha de tener que comprenderse a sí mismo. Y pasa el tiempo, y ya no quiere sentirse acompañado, aquí y allá, de todas formas, siempre vuelve el frío, de los huesos, que en cantos bellos de pensamientos le recuerdan que solo se tiene a sí mismo. Dice que no es necesaria la presencia de alguien más para sentirse incomprendido.
Margarita, rosas, y fragancias, se entumen en la brisa congelada de los sentimientos ciegos de mi reflejo.
Así me siento, no me quiero ver, con el cabello mojado, y mis piernas delgadas, manchadas... Con mi templo hecho choza, por el velo de quien lo mira, transformado, en hogar de carroñeros, que ven como se ven así mismos, panacea elegida de sus desgracias. Siento almas en pena, que entran por la puerta, y los zapatos no se sacan, enlodan la suave alfombra tejida, y rompen la tela, mientras suturo tranquila, mirando lo que pasa, mientras abren más las heridas en reprimenda
No me quiero ver al espejo, sin entender primero la necesidad omnívora de comer flores, cuando hay tanta carroña esperando ser devorada. Y por algún artilugio del destino, pensar que no es mi culpa, aquello que ahora me pasa. Y mirar el reflejo del corazón, y pedirle que perdone, aquello que no quiso que le hagan. Oh... sombras, la oscuridad de su propia naturaleza. Oh... no es apetitosa cuando el bocado inminente es navegar aguas diferentes, territorios desconocidos, como este, aquel que su ser alcanza. Me siento como la flor, que no quería ser elegida, por la abeja que besa el polen, en augurio de despedida, el aguijón muerto, el tórax vacío, abeja amada y para siempre dormida.
No entendía, no entiendo, pero alguna vez hice, y cuando hice pequé. Como peca el herido de bala, cuando caminando por la noche regresa a su casa, y se siente culpable, del disparo contenido, por no preveer que la muerte podía venir, de la bala del ladrón de media noche conocido, que su calle asaltó, sin razón, ni previo aviso.
Y como aquel herido, siento que me han disparado de bala, con señales vagas, canciones, poemas, veladas. Arte, caricias, palabras, pinceladas en lienzos vacíos que se transformaban. Me siento como un herido de bala, que siente que le han disparado con todo, menos con la bala.
Me siento corrompida, me siento profanada, y no me quiero mirar al espejo, por no entender la amargura de las mieles no reveladas, por qué no poner señales de peligro, por qué aparentar una fachada falsa de la casa, por qué no colocar una cerca de barras electrificadas, cuando el conejo blanco pasa con su bello pelaje de seda, traje colorido, que presta su presencia, y tiernamente, ama.