Darío Méndez

La lluvia y yo.

 

 

Sobre los techos de chapa,

de casitas simples, con chimeneas humeantes,

vecinos circundantes del cementerio de la ciudad,

se escucha el sonido vibrante de la lluvia mansa.

Sinfonía monótona de la soledad.

 

La humedad que penetra en las paredes mal pintadas,

Como una sombra que cubre cada rincón,

Se desplaza lenta y persistentemente,

Con olor a moho y a desolación.

 

La puerta de madera, que da salida a la calle,

Se encuentra hinchada de tanta saturación,

Sus cerrojos chorrean pequeñas gotas de agua,

Como un llanto ahogado sin consolación.

 

El viento que sopla por las ventanas empañadas

Anuncia vehemente un gran chaparrón,

Las hojas caducas de los árboles de mi casa,

Desnudos se enfrentan al cambio de estación.

 

Un mate amargo es mi fiel compañero,

En estas horas tristes de mi vida hoy,

Brebaje ancestral de hierbas salvajes,

Que da fuerza y ánimo a mi corazón.

 

Y en esta danza solitaria y sigilosa,

La lluvia y yo, fundidos en un mismo son

Ella, con su toque frío y cristalino,

Con lágrimas de tinta le escribo yo.

 

Así, entre sorbos de amargura y gotas de vida,

Espero paciente el resurgir del sol,

Aunque su calor de esperanza a mis días,

Solitario en las noches suspiro yo.