Te vi venir y supe que te irías,
llego-me a iluminar tu iridiscencia
y en un sesgo fugaz de la inconciencia
me encomendê a pensar que me querías.
Un hado transeúnte, en lozanías
de un soñador febril en su demencia,
aclama ante sus ojos la presencia
de un beso que en sus labios moriría.
Que no me diga el cielo que te has ido
porque he de verte aún durante el día.
Mi amor no entiende nunca del olvido
ni del dolor que el alma devenía,
al meditar el llanto repetido
sabiendo ya que nunca serás mía.