Alberto Escobar

Una bala

 

La buena poesía es una bala
que nos estalla en el cráneo. 

—E.Dickynson

 


Una bala se me atravesó antier. 
Iba paseando, después del trabajo,
soltando amarras, descargando
la carga acumulada hasta un rato
antes, hablando conmigo, riéndome
conmigo de mis ocurrencias,
contándomelas como si fuera otro,
desdoblado, un clon fabricado 
por la mente, sin carga genética
que avale clínicamente el resultado, 
un mí mismo pensando en ti,
en mi posibilidad contigo, en el futuro
que presente quiero que sea dentro
de un tiempo, y me despertó de repente
una bala, perdida, unos niños jugando
con una pistola desenterrada del olvido,
un descampado cerca, siempre baldío,
desde antes de la guerra, debajo de tierra
Dios sabe qué se guarda, y jugando
a escarbar dieron con el arma, todavía 
cargada, casi nueva, conservada, injusta
en su momento, brillante como cuando 
las balas llenaban su entraña y ellos,
los niños, jugando a indios y vaqueros
en formato real, con fuego cierto y dañino,
y ellos ignorantes del peligro, como debe ser,
como un niño debe ser, inconsciente,
valiente pero de una valentía que no es
porque la valentía o es consciente o no es,
o es testigo o intuidora de un daño o no es, 
y los niños seguían disparando, unos y otros,
encantados, como dentro del aparato receptor
donde sus padres se paran a ver esas películas
y ellos, de rebote, al pasar al lado, la ven sin verla,
las procesan sin procesarlas, y en el momento
menos esperado las reproducen en forma de quizás,
de posibilidad de perecer, de dejar una historia
tan bonita como la que vivo en la estacada, todo
un despropósito, un plan que no me apetece nada
porque no me viene bien, porque pronto la veré, 
la tocaré por fin, sabré cómo es sin cristal líquido,
sin vidrio translúcido o transparente de por medio. 
Menos mal, pasó rozando el larguero,
por poco me meten un gol y pierdo el partido.