Oye, tú lo sabías, de mi curtida tristeza, yo te hablé.
Acaso no puedes tú recordar, eso que, era mi dolor.
Cuántas veces, tus ofensas y felonías, yo te reclamé.
Mis penas venían llenas de vergüenzas y tibio pudor.
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Nunca pensaste, que ser como tu padre, era un error.
Pobre la madre tuya, miserable ejemplo de sacrificio.
La vi triste, llena de espanto, mascullándose el rencor.
Nunca vi una mujer más triste, cumpliendo los oficios.
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No me juzgues mal, soy curiosa en mí mirar y pensar.
Al ver esa misma escena de sufrimientos y de rutinas.
En cada visita mi alma entristece y ya no puedo callar.
El ver tu apatía, me puso a pensar y cerré las cortinas.
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¡Te amo, pero sé que ese aprendizaje, te perseguirá.
El amor es poder, pero no hace magia y todo seguirá!