Todo círculo es vicioso,
cada uno de sus puntos
una encrucijada, y cada
uno puede interrumpir
su círculo.
—Chantal Maillard.
Soy un discontinuo deseante,
cada átomo que me explica,
desde la misteriosa incertidumbre
de una física distinta, cuántica,
me sume a cada golpe de suerte
en una indefinición que me quema
por dentro, que no me permite
ni tan siquiera respirar el aire.
Iba por la calle y me llegó el perfume,
ese que tanto me lleva a ti, el miércoles
por la tarde, al salir del trabajo,
tu imagen se me reprodujo en la sien
como si fuera una serigrafía, y consternado,
atónito por el prodigio que se producía,
decidí girar a la derecha en el camino
que estaba perpetrando, sin razón aparente.
Después, cuando llegué a casa y alcancé
a urdir los hilos, a atar cabos, entendí
que tu aura todavía me mandaba, dentro;
que, contra pronóstico, no estaba sanado
aún, que tu amor seguía socavando, haciendo
una labor de zapa silenciosa por entre mi piel,
rasgándo el colágeno, descimentándola,
haciéndola tiras sin siquiera darme cuenta.
Giré a la derecha siguiendo el rastro acidulante
de tu perfume —supuse que era el tuyo— y me
topé como por ensalmo con tu casa, blanca, gris,
de balcones vencidos por el tiempo, flores blancas
en unas macetas que olían a antiguo, y tu ventana,
abierta para mi sorpresa, permanecía vacía pese
a mi deseo insistente de que la poblaras con tu torso,
con el potente portento de tu pecho, de tu sonrisa
pícara y descreida, mirándome como aquella vez.
No vi nada, y eso que insistí con mi permanencia;
no salió nadie, no hubo sonrisas ni pechos firmes,
turgentes, ni invitación a subir, nada; me fui
sumido en la decepción más grande de mi vida.
Aquí, ahora, recordando.Viendo sus fotos....