Gonvedo

TU PROPIO CAMINO

Te he visto caminar a solas en dirección hacia ti misma,

envuelta en el perfume de una primavera inexistente.

He leído en tus ojos antiguas partituras como un paisaje

de letras diminutas en el amanecer de los abecedarios.

Hay en ti el mapa vivo de un sueño, el aroma a jazmín

de un cuerpo deseado, y un mar que no se acaba nunca.

Un pájaro te observa desde el centro de la tempestad,

un árbol de corales te recorre, palpita en tu pecho

la luz de remotas estrellas, dulce astro de juventud

invocando la vida, un vino de cerezas destella

en tus pupilas como un sol hambriento de horizontes.

He escuchado tu nombre como viento en la alameda,

como palabras delante de un espejo, o la hora

que rompe la tiniebla, o, incluso, un renacido rayo verde.

Llegas de atlantes mareas como una última claridad

en un cielo agotado por las lluvias, y eres renovador rocío.

Traes contigo el fulgor de arrecifes cristalinos

y un archipiélago donde la brisa es llanto de cantos

rodados, y una luna sobre las almenas donde la noche

ha ido creciendo y ha dado al poema forma de planeta.