Te he visto caminar a solas en dirección hacia ti misma,
envuelta en el perfume de una primavera inexistente.
He leído en tus ojos antiguas partituras como un paisaje
de letras diminutas en el amanecer de los abecedarios.
Hay en ti el mapa vivo de un sueño, el aroma a jazmín
de un cuerpo deseado, y un mar que no se acaba nunca.
Un pájaro te observa desde el centro de la tempestad,
un árbol de corales te recorre, palpita en tu pecho
la luz de remotas estrellas, dulce astro de juventud
invocando la vida, un vino de cerezas destella
en tus pupilas como un sol hambriento de horizontes.
He escuchado tu nombre como viento en la alameda,
como palabras delante de un espejo, o la hora
que rompe la tiniebla, o, incluso, un renacido rayo verde.
Llegas de atlantes mareas como una última claridad
en un cielo agotado por las lluvias, y eres renovador rocío.
Traes contigo el fulgor de arrecifes cristalinos
y un archipiélago donde la brisa es llanto de cantos
rodados, y una luna sobre las almenas donde la noche
ha ido creciendo y ha dado al poema forma de planeta.