Qué horror la última vez que te vi… No hablo de la última vez que fui al cementerio y vi una placa de mármol con tu nombre y unas fechas hundida en el pasto… hablo de la última vez que te vi a vos.
Fue todo tan de repente, todo así nomás ni siquiera nos despedimos… o si, pero no de la manera en la que se suele despedir uno.
Qué horror la última vez que te vi…
Esa tarde fui a tu casa de visita después de mucho tiempo sin vernos, toqué tu puerta y no tardaste en abrir, cómo si hubieras estado esperando con el picaporte en la mano.
Tu cara estaba pálida y expresaba tristeza, tus ojos estaban hundidos en una preocupante oscuridad, vestías una delgadez que no era propia de la naturaleza de tu cuerpo. No pude evitar sorprenderme, pero no dije nada y te abracé.
Era la hora del té, hacía frío así que entramos con urgencia, la urgencia que se maneja en otoño cuando uno está en la calle y llueve, porque además llovía, el cielo estaba gris, oscuro. Caían unas gotas imperceptibles, pero cada cierto periodo de tiempo esas gotas se hacían oír, golpeando en la ventana, en el techo, en la puerta. No se oían por silencio, sino porque cada tanto esas gotas golpeaban con violencia, casi ni se veía para afuera y nosotros teníamos que levantar el volumen de nuestra voz, y cesaban y volvían violentamente a los quince minutos y se hacían oír y cesaban.
Tomamos el té y tuvimos una conversación digna de viejos amigos que no se veían hace tiempo, viajes, trabajo, literatura, música, cine. En uno de esos intervalos en donde la lluvia era violenta te levantaste de tu silla de un sobresalto y corriste a tu habitación. Tardaste unos segundos y volviste con los ojos mojados en lágrimas, como si hubieras estado llorando o como si hubieras intentado no hacerlo.
-Tomá, te regalo mís poemas. Dijiste
Me estabas regalando quizá lo más íntimo y valioso de tu vida en formato de libro.
No pude decir nada, no tenía palabras y tampoco entendía la razón de este gesto, supuse que la situación de verme después de tanto tiempo te había sensibilizado o algo así. No sabés lo ansioso que estaba por leerlo, pero me dijiste que ni se me ocurriera, así que lo guardé en mi bolso mientras vos cambiabas de tema radicalmente, cómo si nada hubiera pasado. Nunca te comprometiste con esas situaciones en las que te veías vulnerable, nunca una lágrima, nunca una queja, apenas un abrazo fuerte cuando llegué y cuando me fui.
Me fui en uno de esos intervalos en donde la lluvia cesaba.
Ya era de noche cuando llegué a casa y todavía llovía. Apenas entré dejé mi abrigo e inmediatamente me puse a leer tus poemas, tardé un poco menos de tres cuartos de hora en llegar a la última página.
Esa última página que decía algo así como que te habías ido de este mundo ya hace tiempo y que no soportabas nada mas, te despedías, me agradecías, me nombrabas.
No parecía un poema, salvo por tu manera tan hermosa de escribir.
Corrí al teléfono tan rápido como pude y te llamé, una y otra vez te llamé, y sonaba y sonaba, y ese teléfono no hacía más que sonar. Arranqué el abrigo más accesible del perchero y corrí a tu casa.
La lluvia que antes cesaba cada tanto ahora era toda una tormenta, mientras corría no paraba de pensar en cómo lo habías calculado todo, cómo conocías mis movimientos, porque sabías fríamente que si me dabas una carta, una valiente carta la iba a leer en el momento en que te levantaras a calentar más agua para el té o a buscar mas masas o al baño, pero no. me diste un libro, un libro que sacrificaba tu más íntima oscuridad, porque sabías que de un libro no puedo leer una página sin antes haber leído la anterior, no me lo permito… así de simple. Te odio por conocerme tanto.
Ganaste tiempo al despedirte en la última página.
Qué horror… qué horror la última vez que te vi.
Llegué y otra vez toqué tu puerta, ahora azotada con fuerza por mis puños y por enormes y salvajes gotas,
cómo no había respuestas probé suerte y si… estaba abierta.
Estaba todo igual que cuando me fui, cómo si el tiempo no hubiera pasado por ese lugar, porque claro, vos eras el tiempo. Las sillas donde la última vez, la misma medida de té que dejamos en las tazas, hasta yo tenía el mismo abrigo. Entonces la última vez que te vi… un frío espantoso entró en mi cuerpo, nunca había sentido algo semejante y después calor, entonces dentro mio era un huracán, volaban la bronca, la angustia, incluso una parte de mí esperaba que te levantes de repente y me digas que todo era una broma, una broma de mal gusto.
Entonces me vi, mojado y en una mano tus poemas y entre mis brazos tu cuerpo helado, que ahora estaba aún más pálido que cuando me recibiste y esa cara de tonos grises ahora era todo tranquilidad.
Que horror la última vez que te vi.