No se hallaba lejos
mi añorado campo,
de la casa aquella
de mis siete años.
Salir a la calle,
tranquila en verano,
sin ruido de coches,
raramente un carro.
Pan y chocolate,
y a los cuatro pasos
la era de mi padre,
arando y sudando
y el viejo botijo
de una sombra al lado.
Y mientras mi madre
zurcía los harapos
u otras lindas prendas
de los tres hermanos,
subíamos la cuesta,
que llaman del Caño,
a ver los molinos
de Alonso Quijano.
Existe la casa,
también los hermanos;
los padres murieron
hace muchos años.
Por pura nostalgia
dijimos: volvamos
a la vieja casa
a segar el prado.
Y después corrimos
por aquellos campos,
que entonces, de niños,
nuestros pies hollaron.
Se hizo ya de noche
y pese al cansancio
no llegaba el sueño,
solo muy despacio.
Y vi que mi madre
hacia mi camastro
venía sonriendo
envuelta en un halo.
Y en mi duermevela
dije musitando
mientras la miraba:
¡llévame en tus brazos!