Sonaba en tu pecho un corazón entre aguaceros
como un animal de puro gozo o un río enjambre
de vientos suicidas. Parecían tus ojos gemas enterradas,
caleidoscópica forma en los altares del sonido, fulgor
de arpas de hierba como celestiales cascabeles en la noche
de los arpegios. Busco en tu palabra vigorosas áncoras
como narvales batiendo las aguas en la acuarela del sueño,
o pecios hundiéndose en los párpados de lejanos océanos.
La soledad un humo de amapolas y líquidos cristales,
risa de clavicordios, llanto de violas, hoy marejada de pájaros azules
en la sed de la garganta. Sobre tu vientre tatuados los huesos
de las fieras de otro tiempo. Solo la muerte conserva la etiqueta
en un brindis de sombreros de copa.