Si yo pudiera entrar hasta el fondo de tus sueños,
estar cerca de ti, detrás de cada tú noche tras noche,
pero al alba siempre, ser lábil corteza y pronunciar
tu nombre con todas sus moléculas, tal vez mi boca
entrometida pudiera hacer de cada palabra moneda
de otra memoria, simiente en cada sílaba.
Quizás ya no tuviera miedo a los espejos, ni al dolor
que me causa ver morir la nieve.
Si yo pudiera herir la noche en que esta luz divaga,
cerraría mis ojos al vuelo de tu mirada y no regresaría
jamás, haciendo del destino un noviembre cargado
a la espalda, donde mi cuerpo sería, entonces, un martes
de desmemoria en el abril de mi lejana infancia, epítome
de siglos venideros en ruinas sobre el que las arañas
tejen su estrategia en élitros ciegos como un paisaje
de amordazadas azoteas bajo la luna blanca
o de cuando el mar era tan solo ceniza.
Si yo pudiera navegaría bajo el sol de las letras,
aunque quizás el amor lleve un cadáver al pie de cada página.