CABE SEGUIR AVANZANDO
Y del paseo bajo los árboles que empieza
justo en la parada de autobuses,
pasamos a la explanada de cemento,
donde se puede tomar algo sobre las mesas
de hierro distribuidas con poco orden
por el gran espacio a cielo descubierto,
y escuchar la música que atrona por el altavoz.
Y, sin solución de continuidad, acercarnos al zoo,
que está situado en la ladera de un promontorio,
y a la entrada, en un kiosco, almorzar pollo frito,
para luego descender por la ladera opuesta
hasta divisar un meandro muy azul que forma el río y que
ya queda fuera del casco urbano –entonces parece
que el sol empieza a brillar con verdadera determinación–,
donde tampoco concluye el paseo. Pues todavía cabe seguir avanzando
siempre a pie para evitar, en cierto modo muy libres
y en cierto modo apegados al suelo,
lo que podría ser un final de trayecto drástico, definitivo.
La tarde se prolonga pues la ciudad dispone
para todos sus visitantes de algunos alicientes más
que, cuando todo parece acabado,
alargan prodigiosamente el itinerario,
que conduce acto seguido hasta la iglesia católica,
monumental, tejado de pizarra negro,
o hasta los mismos pies del castillo
legendario, que se levanta a solo a unos pasos
de la entrada a lo que fue,
hace ya muchos años, el barrio de los judíos.
Gaspar Jover Polo