Sigamos cavando,
como lo hicimos antes
de descubrir las cuevas del tiempo,
en la vena azul que atraviesa
los hemisferios del conocimiento
con el dedo
que nuestros antepasados usaron
para trazar nuestro camino
en los vientos que formaron
el mundo de los sueños,
del cual evolucionaron
como animales competentes
que hablaban el lenguaje
electromagnético
de nuestras células madre,
diligentemente,
hasta que veamos la huella dejada
por el gen de cresta dorada.