Saciedad de ti que nunca llega…
Ave en huida, de pocas alas.
Intentas cazar al horizonte, buscando encontrarte,
para no perderte.
Reinventándote, muriendo.
Pero no ves que sin ti,
soy quien se pierde en las estrías de las yemas tempranas.
Y quien de a poco siente,
que sus hebras vuelven a las napas del polvo.
Es tu maldita resurrección,
que cada vez que regresas, me despierta, y llama,
a tus míseros pies;
para mantenerme pendiente de ti,
tras las migajas de tus escasos besos de hambruna
y muy sediento de tu cuerpo de sal.
Sin embargo, no aprendo. No aprendo.
A lo lejos oigo el musitar de las aguas, aleteando en vigor su estadía.
Cantando con tu dulce voz de arroyo sonatas y sonetos de amor.
Pienso que eres tú. Que regresaste por mí.
Arreo fuerzas de donde no tengo, de mi espíritu cansado.
Tratando de alcanzar a tus pasos inalcanzables,
y resguardarme de ti, en la guarida de tus pechos apagados.
Pero al final del camino, -tonto, tonto, tonto camino-
solo reniego con los alaridos de una higuera vieja y marchita,
que pelea con su lengua,
sacudida por el viento.
Si no me quieres solo dilo.
Y no desperdiciaré este atardecer.
Así, al igual que estas piedras a la suerte,
desapareceré entre el enredo de las sombras
con el degüello del ocaso.