Hasta luego, hijo mío, el viento susurra tu risa
Tu luz en la oscuridad se esparce, brillante y encendida
Tu silueta tierna se mueve al son de la brisa,
Pronto te has marchado, pero allí no acaba tu vida.
Cada rincón de nuestro hogar guarda tu esencia,
Y aunque ya no estés aquí, tu amor en mí no cesa
Hijo mío, aún no me acostumbro a tu ausencia,
Levanto mis ojos a Dios y le pido mucha fortaleza.
Tus pasos resonaban como un canto de esperanza,
En los días más oscuros eras faro y templanza
Tu sonrisa, un sol que iluminaba mis mañanas,
Y tu voz en el silencio, cual alegres campanas.
Hoy el Padre te recibe, en sus brazos te sostiene,
La tristeza tétrica pesa, como piedra en mi camino
Y aunque en mi corazón quedas, con recuerdos que entretiene
Tu amor fluye y fluirá cual manantial divino.
Hasta luego, hijo mío, en mis sueños te hallo,
En cada flor que despunta, en cada brisa que sopla
Encuentro el valor y la fortaleza cuando a solas desmallo,
Cortes celestes susurran tu nombre y mi alma reconforta.
Viviste como un héroe, sin capa ni corona,
Pero con el corazón valiente que en mi memoria entona
Notas magistrales, diáfanas y sublime,
Que en el silencio de la noche al Dios eterno gime.
No es un adiós eterno, sino un hasta luego sincero,
Porque en cada paso mío, en cada sueño y anhelo,
Tu recuerdo me acompaña, hijo mío, siempre eterno
En el recuerdo vivo, en el amor más puro y tierno.
Hasta luego, hijo mío, en mi pecho llevas tu hogar,
Hasta el día que nos reunamos, donde el cielo y el mar,
Hagan de tus recuerdos un faro, que ilumine mis días de soledad,
Y tu amor, la llama que enciende la antorcha de la felicidad.
Autor: Ángel R. Anaya Puerta
El Ángel de los sueños
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