Alberto Escobar

Es necesario...

 

Un libro debe afectarnos como un desastre, no hacernos felices. Debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros. 
—F.Kafka.

 


Uno entre mis manos, pasando hojas. 
Emocionado de ese sutil describir, de esa gracia, de ese adorno como lacito
de regalo en cada palabra, de esa sorpresa en el giro, de ese no adscribirse 
a lo acostumbrado, a lo políticamente correcto, de ese arriesgar, inventar
si es preciso algun vocablo, que el diccionario se engrose de alimento
y quede nutrido cuando el ejercicio de la lectura cese, o de la escritura
si se trata de escribir, como intento hacer ahora. 
La palabra como punzón, como picada de mosquito en pleno verano cuando
el estío es más virulento que nunca y pesan las piernas al andar al aire
libre, cuando quema el asfalto si caminas sobre él, o la acera si respetas las normas
de buen viandante, cuando la canícula se alarga más allá del conticinio y el sueño
parece resbalarse de entre la comisura de ambos párpados, alejándose...
El libro como mazo, como martinete contra la roca de la intransigencia, del todo
es blanco o negro, de lo que se abona en la simpleza de aquellas mentes que se ajenan
de su lectura, de la magia edificante de su semántica, y se conforman en una
elementariedad peligrosa, extremante, intransigente, insultante. 
Esta reflexión dedico encarecidamente a quien, ignorante, se abstrae a la letra 
impresa, a abrirse a la amenaza que conlleva recibir ideas, conceptos, que arriesguen
la integridad de su statu quo, su pobre zona de confort, su marchito mundo.
Se lee por placer, yo el primero, porque de lo contrario un esfuerzo atencional 
de ese calibre no tendría sentido a menos que fuera fruto de una obligación, de un 
trabajo de clase, de una investigación si eres escritor o profesor a cerca de un hecho
necesario de esclarecer si debes dar una lección o componer una obra literaria; y en
el caldo esencial de ese placer que se manifieste el desastre, el rompimiento, 
el desencaje de aquellos moldes que equivocados presidan su manera 
de entender la realidad, y resquebrajar por entero esa creencia, limitante, ese
creer que la cosa era así hasta caer en la cuenta de que no y te sientes idiota, lelo, 
imberbe, que has perdido el tiempo viviendo en una equivocación permanente, y sin 
poder concebir cómo se puede permanecer en esa inopia sin que ninguna alarma 
salte. 
El aserto del ilustre escritor praguense lo suscribo siempre que se lea desde el placer,
y en el seno de él, y a propósito de él permanecer abierto a que devenga cualquier
desastre, sin miedo a perder porque nunca se pierde, y a la espera de que el calor 
tibio procedente de la fricción que la palabra experimenta al ser leída sirva para 
derretir ese mar helado interior, fruto del fragor de estos tiempos.