La luna es esconde
cuando llega el día
porque tiene miedo,
porque siente envidia
de la hermosa imagen
que reluce y brilla
cuando se aparece
y recobra vida
el sol que despunta
en la amanecida.
Y el sol en la noche
no duerme tranquilo
porque tiene el sueño
del amor prohibido
que le dio la luna
un día que vino
y le dejo ver
su cuerpo azulino
en su reino blanco,
cielo compartido.
Cuando ha oscurecido
la luna despierta
y su alma le llora
al sol que se lleva
su luz y su brillo
donde ella no llega
y que la convierten
en reina de estrellas,
sobre un mar de sombras
y lóbrega tierra.
El sol no controla
su duro destino
y también la llora
por haber perdido
otra vez su estampa
por el infinito,
tras el horizonte,
lejano y hundido,
que oculta su cara,
su sueño divino.
El sol y la luna
son como chiquillos
amantes que juegan
al amor ficticio
que no ofrece cama
para sus delirios.
La luna le pide:
“quiero estar contigo”
y el sol le responde:
“si voy, tú te has ido”.