Quinientos ochenta y ocho días, un día imborrable,
Se incrusta en mi memoria cual daga punzante,
Aquella tarde de otoño, tan dulce y memorable,
Cuando tu mirada me robó el corazón palpitante.
Tus labios, pétalos rojos de rosa fragante,
Tu voz, melodía celestial, embrujante,
Tu cuerpo, escultura perfecta y anhelante,
Un sueño hecho realidad, fugaz y distante.
Mas el destino cruel, con mano implacable,
Nos separó cual ramas de un mismo rosal,
Dejando en mi alma un vacío irreparable,
Y en mis ojos un llanto perenne y fatal.
Pero solo me queda el recuerdo y la melancolía,
De un amor imposible, una dulce agonía.