Los domingos no son los mismos. Quizás para el punto de vista de muchos podrían parecer aburridos. Echada en el sofá o en la cama rodeada de mis retoños comiendo chuchería y media. Sin hacerle caso a las calorías. Viendo tele, sí series y películas horas y horas riendo a carcajadas o pegando saltos de terror. A veces uno que otro llega a cabecear pues le gana el sueño y la monotonía de alguna peli de drama. Por eso no acostumbramos ver muchas de ésas. Estoy tan mal acostumbrada a su compañía y ellos a la mía. Quizás no siempre es de compartir platicas profundas donde pueda preguntarles sobre que harán con su vida el día de mañana. Solo quiero disfrutar a su lado verlos sonreír y hablar tonterías. Cosas que imaginamos o nos adjudicamos con el papel de algún protagonista. Casi siempre le hayamos parecido con algo que hicimos. En fin. Creo que cuando se habla de tiempo de calidad no es exactamente que estés practicando con ellos matemáticas, biología o haciendo preguntas incómodas. Si no simplemente estar presente aún en esos momentos que son hueco para el aburrimiento y tú lo conviertes en algo mejor que eso. Y no digo que no sea importante de vez en cuando enseñarles un poco de todo hasta de herbolaria. Recetas de los abuelos o de cosas que aprendiste sola. En algo les puede servir. A veces me juzgo y creo que no está tan bien el papel estoy haciendo. Pero después de un rato en horas que no estoy con ellos y que sé que están haciendo cosas por y para su bienestar me viene un tipo de calma, nostalgia y satisfacción. Porque al final del día bien pude enseñarlos bien pero las desiciones estarán en sus manos. Y habrá otras que estarán en las mías o no. Me ha costado comprender eso. Ahora estoy más consciente y creo que si, sí he podido librar ésta prueba tan difícil. Estoy logrando que aprendan a estar sin mí.