La lección de la vida nos enseña
las cosas más sencillas sin retórica:
hay que ser hortelanos de la vida,
hay que ser hortelanos del amor.
En el huerto uno aprende qué es un año,
cómo un año tras otro son iguales,
cómo se mezclarán las estaciones...
Como Rabindranath mima las flores,
nosotros mimaremos sentimientos:
Hay que sembrar, regar y recoger,
amando cada grano de la tierra
donde fecundará la lluvia caída.
El hortelano siempre mira al cielo
porque sabe lo frágil que es su vida:
siembra y no sabe si cosechará;
cuando el sol achicharra el regadío
sólo requiere dosis de paciencia;
La paciencia es un sello de confianza,
un buen abono , químico y vital.
A veces el granizo arrasa todo,
fuertes inundaciones atornillan
la cintura dentada de los sueños,
una banda de pájaros temibles
ensombrece la luz de los ciruelos;
entre el barro y la piedra no hay semilla
que asustada no llore de tristeza.
Algunos hielos rasgan las mañanas
cristalinas y cálidas de abril,
y el hortelano vuelve al mismo surco
con su espalda curvada y su piel ruda,
a conquistar la tierra con sudor...
a crecer con la mies de oro y de vida.
Hay que ser hortelanos del amor
para alcanzar un mundo más feliz.
Hay que sembrar a nuestro alrededor
el jardín de la flor de la amistad.