Unos árboles de grises desnudos
desafían los cielos desolados.
Caen los cuervos de alas desplumadas,
muertos sobre las piedras calcinadas.
La tierra yerma, dura, duerme herida,
llora lágrimas de cenizas ácidas.
En la playa de huellas ensangrentadas
las olas de espuma nauseabunda,
dejan sobre las arenas fundidas
una calavera tuerta y podrida,
entre almas por el fuego derretidas,
restos mudos de la vida abrasada.
Cuerpos inertes, bajo el cielo roto,
yacen en el silencio de los tiempos.
El sol rojo con su ardiente fragor,
libera del infierno un denso viento.
Nadie recuerda el monstruoso fulgor
que solo dejó salitre y calor.