El sueño encubre los males que en el día
nos asaltan como rayos lacerantes
y hace un refugio calmo de soledades
mientras pasa el silencio de paz sencilla.
Es anhelo de olvidar lo que nos duele,
lo que nos lleva al recóndito resguardo
de la noche con aliento de descanso
y nos acuna, nos convence y nos duerme.
Es momento de batallas inconclusas,
de una pausa en los pecados capitales,
pues el tiempo de ordenar adversidades
aparece entre las sombras de censura.
Cuánto nos ciega la luz de cada día
que no alcanzamos a vernos las narices
hasta que en sueños nos vemos cicatrices
cuando el dolor por dolor se multiplica.
Nos cubrimos al amparo de Morfeo
como si al cerrar los ojos no existamos
pero las penalidades que aparcamos
nos esperan en la puerta de regreso.
La aflicción de una agonía persistente
perdura viva en el dédalo del sueño;
es como negar sentido al sentimiento
o ser un mirlo en contraste con la nieve.
Soñar es libre y mejora la existencia
de todo aquel que arrastra padecimientos
más quien vigila la puerta de esos sueños
algunas veces los troca en pesadillas.
El sueño encubre los males que en el día
nos creamos porque somos inconscientes
y olvidamos que el soñar sólo es presente
cuando dormimos con la paz más sencilla.