Hoy que nadie cuestiona que la lógica
fue cosa de otros tiempos
sólo queda por ver cuando abriremos prostíbulos
de muñecas hinchables,
cuando habrá invernaderos donde crezcan y espiguen
los pianos de cola y finalmente
conventos de clausura donde espíen sus yerros los políticos:
ha llegado un momento en que la gente no cree que los diamantes salvajes
sean las piedras indómitas y en todo, por supuesto,
hay segundas lecturas.
Tampoco es de extrañar
que tenidas en cuenta las preferencias gastronómicas de los gatos
se extingan para siempre los peces de colores.
Y es más
desde que está probado que los niños no vienen de París
quién se puede creer que el corazón y el cerebro
sean dos números primos
o quién que no bostece
cuando escucha a los listos recitar de memoria el sistema decimal.
Cualquier día veremos sumideros que aspiran la tristeza
y containers inmensos donde acuda la gente
a reciclar sus iras,
en verdad
que ya nada nos choca y uno llega a tratar de convencerse
de que incluso la muerte no es más que una falacia
o mejor, un recurso
que deja con un palmo de narices a los acreedores.