Quedé atrapada entre las manecillas del reloj, en el espacio tiempo de la vida misma,
bailaba dulcemente entre la juventud y la vejez, presa en medio de todo eso,
el vestido blanco ondeaba tiernamente con el viento,
hasta que me perdí y al abrir mis ojos, me encontré en otra época.
El mundo que conocía se volvió extraño, convertido en el mundo de alguien más,
alguien avanzado y lastimado, frente al espejo nos observamos,
comprendimos que éramos diferentes a pesar de nuestras similitudes,
no pertenecíamos a la misma época, pero decidimos caminar juntas.
Tomé su mano y recorrimos el sendero hacia el lago,
fuimos testigos del transcurso del tiempo, viendo cómo las hojas del follaje caían en nuestra vida.
Llegó un día en que no pude caminar a su lado,
disfruté del silencio del bosque en verano, logrando a través de ella todo lo que antes no pude.
Ella me miró y notó que mi rostro, una vez lleno de vida, se había vuelto taciturno,
Ya no caminábamos juntas, éramos iguales y diferentes,
ella de una época moderna, yo envuelta en vestidos largos y mirada baja.
Fue entonces, una vez más, la última vez que bailé, me adentré en el lago de la vida y desaparecí.
Su rostro y su voz aún la esperan frente al espejo,
con el terror de perderme, pero no importa cuánto intente hacerme regresar,
yo no volveré, cuando despierto en mi época, aún escucho el susurro de quien me llama,
pero lo ignoro y camino hacia el puente del destino, junto a las almas que se entregan al sueño profundo.
Mi alma ahora olvida en silencio los recuerdos del pasado,
se abrazan y se desvanecen con cada paso, así es la vida,
dejé de estar en medio del tiempo y me entregué al Mictlán,
donde mis recuerdos se diluyen en el silencio, abrazando el destino final.