Con la luz atenuada,
en un ángulo de la mente,
estos versos son el deseo
de algo inalcanzable,
un pensamiento recurrente
para quien vive
en la senda estéril
de una vida clandestina
sin música ni matemáticas.
Son un revulsivo
para un seminario
de mediocres alumnos
que estudian encorsetados
con la memoria,
que no inventan palabras
que no circulan por las redes,
pero cada peón
cumple su función
y pulverizan la ecuanimidad
para luego intentar su reinserción.
Jóvenes obsoletos y grises,
carentes de réditos,
vulnerables a cualquier propuesta
pero bien amaestrados,
que pagan sus diezmos en el redil
y se ciñen el cuerpo
vislumbrando una redención
que detenga el tiempo,
medidas cautelares
que les aseguren el futuro
y en el lance final
eviten el naufragio.
Generación de cristal,
la sociedad del bienestar
oculta el gen del valor,
frágil y quebradiza,
acosadores y acosados.
Requiere un tiempo
aceptar la derrota
para quebrar el silencio
con un quejido seco
y aprender a caminar a ciegas
sin visualizar el eclipse,
cargar con la armadura
y plantar cara al destino.