Ivette Urroz

Nunca desciende el símbolo del recuerdo anhelado

Nunca desciende el símbolo del recuerdo anhelado,


nunca retornan las sombras del tacto de los revoltosos,


para desenmarañar el laberinto de Tales de Mileto


de la esfinge velada y demacrada que no avizora.
 
¿No se desvanece acaso el mito, dispersando


su esencia entumecida en otra sindéresis hacia la mar?,


y bajo la luminosidad del orfismo de mis cenizas, nadie


con la caricia cartesiana del olvido recurrente redime mi ser.
 
¡Erguido el estandarte de los pitagóricos ya que yo nunca


vislumbro su sombra progenitora!


El resuello helado ciñe y sofoca


como un susurro libertario de fiebre capciosamente frívola,
 
y en la penumbra de su penitencia reposa y teje germinativamente


el ensueño de mi espada mutantemente perdido hacia el infinito.


No abandonaré ni un instante de muto sosiego


de aquellos ecos sigilosos que incesantemente me cercan.
 
Un orbe de cataclismos rizomatoso y menguante enfurecido, errante,


rastrea numen de idealismo oscuro más allá de Vías Lácteas.


¿Dónde vagabundea mi alma en matices de rimas arrinconadas,


sino en el abrazo terco del frío tropical,


entre sombras de ciencias empíricas y perpetuas?