„¡ Hoy en la noche vamos al cine!“
Exclamó la niña Rufina, emocionada y llena de alegría,
repitiendo su noticia a cada puerta abierta,
corriendo descalza por la calle solitaria, polvorienta y sofocante
en el calor tropical de la tarde.
El pueblito despertó de su siesta
y el siguiente tumulto hizo eco por las ruinas de la “Hacienda Española”,
la ciudadela construida arriba de lo que era en aquel entonces
una floreciente plantación colonial.
Su necesitada población ahora abandonada
y desamparada en su lucha diaria de supervivencia.
Los habían visto:
acercándose el pueblito por la vía estrecha de la costa,
amurallada por ambos lados de árboles de banana y bambú.
Llegaron los tres jóvenes de la capital,
su vehículo lleno de equipaje para un fin de semana de playa
y exploración submarina.
El cine portátil había llegado.
Antes del crepúsculo se escogió una casa pintado en blanco.
La nueva pantalla cinemascope.
Se montó el proyector y se cargó el carrusel con diapositivas.
Sillas acomodadas en filas, se llenaron hasta la última
con impacientes espectadores, aguardando el comienzo.
Josefa fue rodeada por los niños,
todos deseosos de recibir su regalo de helado casero.
Algunas de las niñas tenían puesto su vestido dominical
y su pelo fue adornado con cintas de colores.
El sol cedió ante la noche en llamas de carmesí.
El viaje podría comenzar.
Aquella noche con ojos y bocas bien abiertos en asombro,
viajaron a Elsinor, Tréveres Londres y Brujas
¡Un viaje de toda una vida!
David Arthur ©®
La foto propia, La entrada al pueblito de Cata, Venezuela