Un amor prohibido duele más que cualquier otro, porque no te dejan intentarlo, ni un poquito, ni tan si quiera un poco.
Está dentro de esas pequeñas cajitas de lo imposible. Esas que atesoras, aunque el tenerlas implique apuñalarte un poquito, poquito a poco. Los días pasan como un caminar sofoco, en el que me conformo con lo poco, lo poquito que me da lo poco. El sonidito de la ausencia, de una conversación sin trascendencia, que me brinda una mano para trastocar mi coherencia. Dejando un corazón sin alma, sin fe y sin fuerzas. Quejoso de no entender el lenguaje de las imposibilidades, a expensas de tan sustanciosas pruebas. Terco como sólo lo puede ser un loco que ama en lo poco. Necio como quien vive caminando a sabiendas de que llegará a ningún lado. Egoísta como el que mira en son de quererlo todo, empeñado en robar eso que no es suyo y que ni a la desesperación atribuyo.
Pero, sobre todo, dispuesto a perder mucho y perderlo sólo: una vida, un instante y un suspiro, que, en el estrecho reloj de esta ida, son más que poco. Más que un poquito. Y más que todo.