Ivette Urroz
Enciendo una marea de callada vanidad
Enciendo una marea de callada vanidad,
y germina la extremidad de mi alma pujante.
Sobre el éter, ¿acaso no es una numismática danza?
¿O quizás la esfericidad resplandeciente del iris pelagroso?
Asciende mi ojeada, rasgando los abismos oscuros,
que separa la desobediencia de mi cuerpo
y se emancipa allá, en la apoteosis de cada
lamento geniculado.
¡Oh, es que resides en mi umbral despilfarrado!
Y yo, ignorante de tu aura agujereada,
es que navegan en mi ser todas las cosmogonías,
y ahora, con urgencia, tañen mi luz acicalada.
¡Cuánto dolor puede ocultar la vanidad silenciosa!
Enciendo una marea de callada vanidad y brota
tu esencia, tramada con el manto nocturno de Eneas.
Todo se yergue tan próximo, a una tenue agonía
de espacios cuadrangulares y energéticos,
más en verdad, nos aterra, nos espanta, nos aísla
profundamente descubrirlo, vibrante como un
grito en la oscuridad.