1°
Alguien me espera en el aire, como alma ingrávida,
al costado
de esa voluntad férrea que piensa…
Alguien entra por esa puerta de nadie y me levanto
y le saludo.
Viene con los retratos para recordarme que soy hijo,
hermano…
Vamos, pregunta Matías -me digo- pregunta, porque
Felipe se ha dormido en su cansancio
para siempre.
La verdad tengo miedo, tengo miedo cuando se abre
la puerta y no ingresa nadie,
cuando los perros ladran y el cielo ha ocultado
a todos sus astros,
como si estuviera escuchando a su materia
y tratando de alumbrar a su sombra.
Tengo miedo oír a la tierra llamar, despacio,
al son del aire y desde su más profunda superficie.
Que deber de seguir, que obligación de ir derecho,
de cualquier modo,
hasta que llegue el día de ser bueno;
Qué manera de ser esclavo de la ira y libertino
con las sílabas, de estar allí con el polvo circular
que se retrata con nuestro pie desnudo.
¡Anda…! -me dicen- ¡Es el cumpleaños de tu padre!
¡Ve a tu hermano que lo has olvidado!
¡Pero ya están muertos…! -les digo.
Precisamente por eso -me dicen- ¡no termines
de matarlos…!
Y entonces, me levanto, claro, odiando estar
localmente atascado,
puntualmente horrible, encogido como un acordeón
que no pare ninguna melodía.
Y voy, si, voy hasta las pirámides de sus retratos,
y estoy allí,
y de pronto el río brota del pecho y se integra al día,
a la bondad del aire
que acaricia el rostro y revolotea el cabello cano
que recuerda.
2°
Me dicen: “Tú te ocultas…” -y es cierto,
me escondo como si afuera hubiera algo horrible
que no pudiera soportar.
¡Es cosa grave! -me dicen- y no me importa.
¿Pero que saben de mí? -me pregunto.
¿Acaso sabrán algo de lo que jamás acaba,
de la miseria de oír amanecer a los huesos
y llenos de miedo levantarse
o a las palabras mudas caer como piedras
o del aire feroz palpando la nariz del cuerpo frío…?
Confieso que durante el día no sé dónde estarme…
Solo la noche sabe mirar y con sus voces
profundas
corroer al silencio que avanza
como un desierto con sus camellos buscando
el abrevadero de las heridas.
Solo las nubes oscuras, como tapiz de cielo,
nos muestran el rostro de la suerte y la línea
que va acarreando las horas muertas
Mírate allí -me digo- en la desnudez del aire,
mientras las hojas se descuelgan lentamente
y sangran las ramas del viejo árbol,
mira a los nombres desgranarse desde las pupilas
de su memoria…
Es la noche quien zurce en el alma el tejido
de la eternidad, la marea de cadenas sobre la carne
de la gente,
y la cascada por donde fluye el cavilar de los pies
ignorando el costo de los días.
Es la noche -confieso- que me hace más pesado,
y consiente
del temblor sensual de mi esqueleto…
¡Es la noche que será grande el día de mi muerte!
¿Porque me hablan? -les digo- ¿Porque me traen
las palabras que he dejado en las manos
del Dios del llanto?
¿Por qué me despiertan cada vez que cierro los ojos
o me voy quedando dormido
cuando se me adormece la sangre?
¡Dejen de azotarme los ojos con la luz temprana,
cuando me derrumbo,
cuando me despido e intento asirme del aire que viene
a liberarme!
Es el tiempo que marcha conmigo, es el alcohol
que hace brillar el camino,
y son los tobillos con sus dobleces, arrastrando
sus despilfarros y somáticas tristezas
yendo siempre,
con una idea fija hacia el peldaño del nunca
y la cabecera del jamás.