Matias 01

Diario (03 de junio 2024)

Alguien me espera en el aire, como alma ingrávida,

al costado

de esa voluntad férrea que piensa…

 

Alguien entra por esa puerta de nadie y me levanto

y le saludo.

Viene con los retratos para recordarme que soy hijo,

hermano…  

 

Vamos, pregunta Matías -me digo- pregunta, porque

Felipe se ha dormido en su cansancio

para siempre.

 

La verdad tengo miedo, tengo miedo cuando se abre

la puerta y no ingresa nadie,

cuando los perros ladran y el cielo ha ocultado

a todos sus astros,

como si estuviera escuchando a su materia

y tratando de alumbrar a su sombra.

Tengo miedo oír a la tierra llamar, despacio,

al son del aire y desde su más profunda superficie.

 

Que deber de seguir, que obligación de ir derecho,

de cualquier modo,

hasta que llegue el día de ser bueno;

Qué manera de ser esclavo de la ira y libertino

con las sílabas, de estar allí con el polvo circular

que se retrata con nuestro pie desnudo.

 

¡Anda…! -me dicen- ¡Es el cumpleaños de tu padre!

¡Ve a tu hermano que lo has olvidado!

¡Pero ya están muertos…! -les digo.

Precisamente por eso -me dicen- ¡no termines

de matarlos…!

 

Y entonces, me levanto, claro, odiando estar

localmente atascado,

puntualmente horrible, encogido como un acordeón

que no pare ninguna melodía.

Y voy, si, voy hasta las pirámides de sus retratos,

y estoy allí,

y de pronto el río brota del pecho y se integra al día,

a la bondad del aire

que acaricia el rostro y revolotea el cabello cano

que recuerda.

 

Me dicen: “Tú te ocultas…” -y es cierto,

me escondo como si afuera hubiera algo horrible

que no pudiera soportar.

¡Es cosa grave! -me dicen- y no me importa.

¿Pero que saben de mí? -me pregunto.

 

¿Acaso sabrán algo de lo que jamás acaba,

de la miseria de oír amanecer a los huesos

y llenos de miedo levantarse

o a las palabras mudas caer como piedras

o del aire feroz palpando la nariz del cuerpo frío…?

 

Confieso que durante el día no sé dónde estarme…

 

Solo la noche sabe mirar y con sus voces

profundas

corroer al silencio que avanza

como un desierto con sus camellos buscando

el abrevadero de las heridas.

Solo las nubes oscuras, como tapiz de cielo,

nos muestran el rostro de la suerte y la línea

que va acarreando las horas muertas

 

Mírate allí -me digo- en la desnudez del aire,

mientras las hojas se descuelgan lentamente

y sangran las ramas del viejo árbol,

mira a los nombres desgranarse desde las pupilas

de su memoria…

 

Es la noche quien zurce en el alma el tejido

de la eternidad, la marea de cadenas sobre la carne

de la gente,

y la cascada por donde fluye el cavilar de los pies

ignorando el costo de los días.

Es la noche -confieso- que me hace más pesado,

y consiente

del temblor sensual de mi esqueleto…

 

¡Es la noche que será grande el día de mi muerte!

 

¿Porque me hablan? -les digo- ¿Porque me traen

las palabras que he dejado en las manos 

del Dios del llanto?

¿Por qué me despiertan cada vez que cierro los ojos

o me voy quedando dormido

cuando se me adormece la sangre?

¡Dejen de azotarme los ojos con la luz temprana,

cuando me derrumbo,

cuando me despido e intento asirme del aire que viene

a liberarme!

 

Es el tiempo que marcha conmigo, es el alcohol

que hace brillar el camino,

y son los tobillos con sus dobleces, arrastrando

sus despilfarros y somáticas tristezas

yendo siempre,

con una idea fija hacia el peldaño del nunca

y la cabecera del jamás.